Cómo he contado algunas veces, cada vez que mi abuelo Cholo se sentaba en la mesa a comer si el vino no estaba presente, decía:
-«No vino nadie».
A mi me encantaba escucharlo decir esa frase. Era así, muy de mi abuelo. El mismo con el que me sentaba a escuchar discos de tangos, el mismo que ponía coquitos de eucaliptus en la estufa a kerosene, el mismo que nos esperaba cada domingo con el vermut en el patio y cortaba el queso y el salame más rico del mundo.
El vino resultaba ser mucho más que algo para beber. El vino venía, se instalaba y se quedaba; se entablaba una relación con él y con todo eso que él traía.
¡Cuánto vino a nuestro 2020! Así, a sentarse a nuestra mesa de una manera incómoda y atrevida. Cuántas partes rotas nuestras se han presentado para conversar y mostrarnos lo que ya no iba más. Cuántas botellas han quedado vacías y se han ido para siempre. Otras se han disfrutado. Otras nos han sorprendido.Y otras se han renovado. Cuántos interrogantes se nos han abierto. Cuántos desafíos se nos han puesto encima. No hay duda que a todos este año nos ha atravesado hasta los huesos. Un año con marcas para la historia mundial y la personal. Hasta se murió Maradona. El 2020 nos hizo goles por todos los ángulos. Y nos dejó al filo de la vulnerabilidad. Nos mostró que sentir y ser vulnerable es humano. Y que debemos aprender a entregarnos a sentir. Dejar de cuestionarnos. De juzgarnos. Nos mostró que lo único que debemos entender los seres humanos es que la vida es hoy, ahora este rato. Que tenemos que aceptar la muerte como parte de la vida. Que tenemos que aprender a vivir en comunidad. De una vez por todas. Y de verdad. Que todas las estructuras caen por sí mismas cuando ya no funcionan. Así como la piel quemada. Que cae y vuelve a regenerarse, a su tiempo, claro. Un año donde tuvimos que sentarnos a beber como pudimos todo lo que vino. Nos hemos atragantado, intentando beber rápido para que pase. Nos hemos ido de mambo, tomando de más para dar vuelta la página. Nos hemos enojado con algunas visitas o tragos amargos. Tal vez a algunos vinos sólo les faltaba dejarlos decantar un poco. Todo lo que vino nos trajo experiencias. Y de las experiencias llegan los procesos. Cada vino que se sienta en nuestra mesa tiene un recorrido. Un tiempo de creación, de vida. Y algo de todo eso en modo fugaz ha hecho con nosotros este 2020. Creas en Dios, en el Universo o en ese algo infinito y del que todos somos parte. Creas en la astrología, en la fuerza de los eclipses, en la Luna y sus ciclos, el 2020 nos ha traído fe. Y la fe mueve montañas. Lo único que nadie nos puede quitar es la fe. Brillamos sin opacar a nadie cuando somos auténticos. Y cuando todo ese brillo se suma a la red de la humanidad nos recuerda que la historia de la creación es una chispa que sólo necesita fuerza. Y la fuerza de la fe es humana.
Despidamos a este 2020 con gratitud y esperanza.
Nuestra humanidad es capaz de hacer que el mundo sea un mejor lugar para todos.
Pd: La recomendación de los vinos se la dejo a Vero, que tan bien lo hace
Ya iré a Madrid a brindar con ella. Por ahora estoy en Argentina, lejos pero cerca.
Gracias por leerme